abril 01, 2012

La historia en breve


Ciro Gómez Leyva 


Le llegó la hora de la verdad a Peña Nieto 

Las encuestas son claras. Si se aplica la lógica, la victoria de Enrique Peña Nieto el 1 de julio es altamente probable. Creo que solo una cadena de errores del mexiquense impediría su arribo a Los Pinos. Por eso, porque tienen la victoria al alcance de la mano, no habrá para él y su equipo pretexto que valga. 

Comienzan los 90 días finales de una marcha suave pero persistente que puede rastrearse en el 2008, cuando se formó la percepción de que Peña Nieto era el hombre destinado para traer de regreso al PRI. 

Desde entonces no dejaron de trabajar un día para alcanzar esa meta. Las cosas le han salido a pedir de boca. Y no por arte de magia. Más allá de su imagen y los cuantiosos recursos que lo han apuntalado, Peña Nieto es disciplina y esfuerzo. Escucha y aprende rápido de sus desaciertos. Tiene la estructura y las virtudes de un muy buen candidato. 

GEA/ISA le asigna 14 puntos de ventaja sobre Josefina Vázquez en el inicio de la campaña. No veo qué misil que le disparen rompería esa delantera. Pero uno de cada tres votantes potenciales se resisten a inclinarse por él. De ahí la idea de que la combinación de un ciclo excepcionalmente virtuoso de Josefina, con la referida cadena de errores del priista, podrían cerrar la competencia. 

Le falta sortear, pues, la recta final. Su triunfo sería un guión notable a copiar; su fracaso sería histórico: el hombre tocado por la gloria que dilapidó 14 puntos en los tres meses postreros. 

A Peña Nieto también le llegó la hora de la verdad. Hasta donde sé, él es el más consciente de que el capítulo que comienza hoy tiene que ver con las estrategias de guerra, no con los cuentos de hadas. 

Catorce puntos… y contando. 

"Tercer Grado", dos horas con Felipe Calderón 

El presidente Calderón traía cuerda para seguirle. O al menos con esa impresión me quedé cuando Leopoldo Gómez despidió el Tercer Grado, la entrevista de ocho a uno que duró cerca de dos horas. 

Lo he expresado en otras ocasiones: el mejor Calderón es el polemista. Le encanta el debate. Se fajó con Carlos Loret de Mola en el tema de las plazas federales de los maestros, y con Denise Maerker en el de Florence Cassez. Resguardó como un comandante a Genaro García Luna. Dijo que le gustaría ser el consorte de una Margarita Zavala presidenta de la República. Confesó que perdona los insultos de Andrés Manuel López Obrador, pero no los olvidará. Rechazó, una y otra vez, que Peña Nieto le descomponga el estómago. Se dibujó ante las cámaras el 1 de julio felicitando al ganador. Y como si estuviera en el Castillo de Chapultepec, se revolvió en el asiento y levantó la voz para defender su estrategia en la lucha contra el crimen. Pregunta tras pregunta, arremetida tras arremetida. 

En cierto sentido, fue su última entrevista como mandatario. La castrante ley electoral le impondrá la congeladora hasta el día de las votaciones. Entonces habrá un presidente electo. Las entrevistas con Calderón serán otra cosa. 

Me llevo dos imágenes de la experiencia de anoche: la de un hombre que cree fervorosamente en lo que hace y la de un político que disfruta su trabajo. No vi en él la sombra del paso del tiempo, que tanto marca y deteriora el alma y el cuerpo. 

Novedoso, interesante ejercicio para nosotros. Según me informan, vienen ahora Josefina, Peña Nieto, López Obrador y Quadri. Calderón les está dejando el listón bien alto. 

Le llegó la hora de la verdad a Josefina 

Podrán darse las explicaciones que se quieran, pero Josefina Vázquez Mota arrancará el viernes la campaña 15 puntos atrás de Enrique Peña Nieto. 

El 30 de marzo, pero de hace seis años, Felipe Calderón rebasaba por un punto a Andrés Manuel López Obrador en la encuesta GEA/ISA. Como ahora, faltaban 90 días para los comicios. Así es que no caben ya las comparaciones optimistas. Lo propuse ayer con López Obrador, lo repito con Josefina: si se aplica la lógica, su victoria es improbable. 

No tiene sentido seguir preguntando qué hicieron mal ella y su equipo para frenar el impulso que les dio el triunfo en la interna del PAN. Josefina luce desde entonces, 5 de febrero, sin centro de gravedad, suena vaga, no sorprende, no emociona. El tiempo está corriendo. Si no hace algo extraordinario, el destino lógico será la derrota: la primera desde Diego Fernández de Cevallos, en 1994. 

Su situación parece más complicada que la de López Obrador. Le guste o no, es la candidata del partido en el poder. Por lo visto en las encuestas, la gente no tiene ganas de darle una tercera oportunidad al PAN. Pero si se aleja, o comienza a criticar la gestión del presidente Calderón, qué podría proponer que no proponga Peña Nieto. ¿Eficacia? ¿Firmeza? ¿Experiencia? ¿Ajustar la lucha contra el crimen? ¿Mejores llaves para abrir las puertas del empleo? 

Le quedan las promesas de disciplina y honestidad en la actividad pública, que no parecen ser las grandes preocupaciones del electorado 2012. Le queda un 30 por ciento de indecisos. Para dar la pelea, tendría que seducir a dos de cada tres de ellos. Y para eso requeriría de una campaña fantástica y un talento deslumbrante. 

Veremos. Le quedan 90 días para hacer un milagro. 

Le llegó la hora de la verdad a López Obrador 

Seis años de esfuerzos, estrategias y amagos entran a la recta final. Noventa días, en resumidas cuentas, separan al Andrés Manuel López Obrador de 2006 con el de 2012. El tiempo de los mitos se esfuma. Llegó la hora de la verdad. 

Las encuestas son despiadadas con el sudor y sacrificios del candidato de las izquierdas. López Obrador está a más de 25 puntos del líder Enrique Peña Nieto. Hace seis años rozó los 15 millones de votos. Hoy, a duras penas rebasaría los 10. 

Mitos y supersticiones aparte, esos números siguen castigando los plantones y la protesta poselectoral, revelan que el extenuante recorrido por más de 2 mil municipios tuvo una mínima eficacia en las intenciones de voto, no disciernen entre el tabasqueño furioso y el amoroso, indican que el pertinaz discurso del “cambio verdadero” no seduce a una mayoría de mexicanos. 

Mitos y supersticiones aparte, López Obrador arrancará en tercer lugar la fase oficial de la campaña, lejos del segundo y a una distancia que luce irremontable del primero. Si se aplica la lógica, su victoria es improbable. 

No sé a qué ideas y emociones apelará a partir del viernes para convencer y seducir a cinco, seis, siete millones de mexicanos reacios a darle el sí. 

El tiempo está corriendo. Hay algo que no le funcionó. De no detectarlo y corregirlo ya, el destino lógico será 20, 22, quizá 25 por ciento de los votos el 1 de julio. La derrota. Inexorable. Inobjetable. 

Sería como ver a un legendario ganador del Cy Young retirarse del montículo dejando al equipo seis, siete carreras abajo en el marcador. Con la casa llena y un out.

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