marzo 17, 2012

ENFOQUES


Salvador Herrera García

   Años atrás, Catemaco semejaría una esplendente acuarela. El lago, espejo del cielo. Agua de tonos azules, cambiando al verde por efecto de la vegetación exuberante.
   Sitios paradisíacos. Abundante y variada flora y fauna. En el cielo de turquesa se recortaban, como siluetas de algodón, las garzas blancas...el silencio imperante era roto por los trinos de aves y por el rítmico golpe de las olas sobre algún acantilado.
   Majestuosos árboles de retorcidas raíces, por siglos asidas a la tierra, se vestían con parásitas de encendidos colores y excitantes aromas.
   Sobre el cristal del lago, los nenúfares. Navegantes verdes que impulsados por la suave brisa iban de orilla a orilla, hasta encallar en alguna playa de fina arena.
   Celajes, lago, ríos, arroyos, manantiales. Fértiles planicies, imponentes bosques, ricas flora y fauna. Al fondo, en la lejanía azul, la montaña. Y como fiel guardián, el volcán San Martín...En la costa noreste del lago, el poblado, flanqueado hacia el norte por los cerros “Mono Blanco” , “Puntiagudo” y “Gavilán”.
   Pueblo pequeño, hospitalario, de pescadores y campesinos. Casas de caña y zacate, algunas de madera, teja y amplios aleros, pocas de mampostería. Callecitas quebradas que seguían la sinuosa topografía. Verde de frondas y huertos; colorido de flores por doquier.
   Extensas playas arboladas y bañadas de sol, pobladas de redes, canoas y piraguas que esperaban tomar rumbo para navegar el lago...Todo bajo el amparo de la Virgen del Carmelo, que en tiempos pretéritos fue traída desde muy lejos por el fraile Diego de Lozada y aquí se quedó para ser la Patrona del lugar..
   Pueblo de gente buena. Pescadores que a bordo de sus embarcaciones surcaban las aguas para, a lances de atarraya, colmar los cestos de plateados peces...Campesinos que labraban la tierra generosa para cosechar el maíz y el frijol que, en abundancia, llenaban las trojes.
   Hombres recios, curtidos de sol, dicharacheros, vestidos de manta y dril, amigos del refinado, la jarana y el zapateado. Que en ratos de ocio saboreaban la bravura de toritos y machucados de frutas.
   Pulsaban la guitarra, jugaban al tángano...y en días de norte desafiaban al viento, como niños grandes, empinando gigantescos y multicolores papalotes...
   Mujeres de breve talle, de nahua, blusa y pañuelo, de andar cadencioso y dulce. Conocedoras y andantes de todos los caminos, tejedoras de ilusiones y esperanzas...fieles y solidarias con su familia y con su tierra...
   Veladas familiares a la luz de mecheros, para comentar la jornada o revivir el misterio de leyendas, con espantos, chaneques y yobaltabas. Noches de fandango por el barrio de la Punta, zapateando la tarima al ritmo del son y de la décima, al calor de buenos tragos de aguardiente...sin pausa, hasta el amanecer.
   Pueblo que se recreaba en su parque, arbolado con fresnos, almendros y dagames. Al centro el kiosco de metálicos arabescos, rodeado de jardines. Enfrente, la iglesia de calicanto techada con teja, y su torrecilla que parecía no aguantar las campanas...Dentro, la Virgen del Carmen en su altar recamado de oro, ennegrecido por el humo de los cirios. Y muy cerca, la torre del reloj, construida apenas en 1900, que marcaba el transcurrir del poblado.
   Pueblo idílico, el de nuestros abuelos. Que quedó plasmado en el recuerdo y en el sepia de antiguas fotografías...Un pasado que quisiéramos recuperar, si posible fuera retroceder el tiempo...
salvadorodiseo@yahoo.com

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