marzo 25, 2012

DE AQUELLOS TIEMPOS

Guillermo Huber Vázquez (+)

“LAS REFRESQUERIAS”

Actualmente se cuenta con cafés y restaurantes, en donde se puede uno sentar cómodamente, alrededor de una mesa con los amigos, para enterare y comentar sabroso, al amparo de una taza de de aromático café, desde el chisme local más reciente, hasta los recientes de la política, regional, nacional o extranjera, tomando como referencia las noticias que diariamente se transmiten por radio y televisión, así como las principales que en las páginas de los periódicos figuran. Convirtiéndose, en consecuencia, estos sitios en verdaderas mesas redondas que por su discusión y alboroto, le dan el ocho y las malas a cualquier asamblea de ejidatarios.

Poner en aquellos años se desconocían esas costumbres. Además, no existían negocios o expendios de esa clase que no fueran las fondas del viejo mercado o los arcaicos y escondidos restaurantes de los hoteles Fernández y El Almendrito. Por eso, las neverías y refresquerías de aquellos tiempos que se localizaban a orillas del parque Lerdo, se constituían en habituales lugares de reunión, en donde mañana, tarde y noche, permanecían grupos de personas que arreglaban el mundo propio y el ajeno, mientras saboreaban un autóctono refresco de chagalapolin o una ración doble de deliciosa nieve de limón.

La primera que recuerdo con precisión se encontraba instalada en la esquina norte del parque, y se llamaba nevería y refresquería Alaska. Tenía la forma de un kiosco y resaltaban sus grandes bolas de vistosos colores y el sifón de agua saturada para las mezclas. Don Diamante Bouchas, su propietario, un hombre bonachón de nacionalidad griega, lo atendía, no sin pasar grandes apuros de interpretación con la clientela debido al pésimo español que el pobre hablaba. Este negocio no permaneció trabajando por mucho tiempo pues, por el año de 1932, cerró sus puertas, al emigrar el griego a otras latitudes. Años más tarde se reabrió esta nevería, ahora con el nombre de Los Alpes, pero tampoco permaneció en fuciones por mucho tiempo.

También por esos años se inauguró la refresquería y nevería que habría de operar hasta la década de los años sesenta, propiedad del matrimonio formado por Don Víctor Sobrevals y Doña María Pírez de Sobrevals. Este kiosco, porque también tenía esa forma, se llamaba El Popo y se levantaba en el lado sur del parque. Pero no en la medianía, sino un poco cargado hasta la esquina oeste.

Don Víctor, El Cepa, como cariñosamente le decían sus amigos y conocidos, mote que se derivaba del corte de cabellos casi al rape que llevaba siempre, tenía un carácter reposado y una seriedad de hombre bueno, atendiendo a la clientela solemne y callado, sin objetar a los diarios visitantes que por un vaso de refresco o una ración de nieve, permanecieran horas y horas ocupando una mesa y charlando a su entero gusto sin que él se diera por enterado, pues no le gustaba inmiscuirse en pláticas ajenas. Claro que tenía amigos excepcionales con los que hasta alegaba y discutía de cualquier tema. Sin embargo, Doña María, mujer muy guapa y siempre elegantemente vestida, se desempeñaba diligente y derrochando en el decir, esa simpatía arrolladora que conquistaba su trato, pues nada más de oírla, su forma y manera tan peculiar de expresarse cautivaba. Siempre animosa e inquieta, trabajaba sin reposo en los quehaceres propios de su negocio. Porque había que verla; limpiando aquí, ordenando acá, componiendo aquello. Todo, sin dejar de atender a la clientela, sirviendo esos añorados y sabrosos “choco milks”, que eran la especialidad de la casa. Asiduos asistentes a la refresquería, lloviera o tronara, fueron Don Arnaldo Colonna, que embelesaba a sus numerosos oyentes con esa su sapiencia y aplomo de sus conversaciones, Don Manuel Carrillo, interesado siempre por las noticias de la guerra hitleriana; Don Renato Pérez, que nunca abrió la boca para decir una palabra pero que permanecía horas y horas en posición contemplativa, como en meditación, y otros muchos que ya formaban parte de un seleccionado conjunto de asistentes consuetudinarios.

Por las noches, el puesto se animaba aun más con cantidad de personas que se acercaban exclusivamente para disfrutar de los programas radiales que aquí se apreciaban a plenitud, por contar, El Popo, como galantería de la casa para sus favorecedores y amigos como se dice ahora, con un aparato de radio marca RCA Víctor, de lo más potente y fino en aquel entonces. Recuerdo que Carlos Linares, Beto Isla, Carlos Villegas y otros de esa misma rodada, no se perdían los programas del Trío Argentino, muy de moda por esos años, y en donde Jorge Ledesma, su cantante principal, interpretaba aquellos hermosos tangos tan recordados, como Percal, El día que me quieras, Adiós muchachos, etcétera, etcétera.

El Popo, por diversas causas que no vienen al caso mencionar, terminó sus días bajo los portales de la casa de Don Octaviano Carrión. Pero siempre siendo El Popo, en atención y servicio hasta lo último.

Otra nevería y refresquería que tuvo mucha aceptación fue La Siberia, de Don Gonzalo Hernández S. se localizaba en el lado oriente del parque. De estructura y forma similar a El Popo, esta nevería alcanzó bastante prestigio, y fue de mucho “peque” entre los muchachos de entonces. Chalo, como todo mundo le decía, también se desempeñó responsable y correcto en su trabajo. De trato amable y casi un gentleman de los pies a la cabeza por su vestimenta muy a la moda y de mucho estilo, que diariamente portaba, fue amigo de todos y supo ganarse a pulso a la clientela, hasta que por motivos de expansión se mudó a los cercanos portales de la casa que ocupó por muchos años la peluquería La Moderna, de Don Manuel Hernández y tomó otro giro.

Por supuesto que, en esta sencilla crónica, únicamente se comentan las refresquerías principales por su presentación y clientela, porque existieron otras pequeñas y mal instaladas que, por su fachada y servicios no pudieron sobrevivir a la competencia.

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